Author : Kempka Erich
Title : Yo quemé a Hitler
Year : 1947
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PROLOGO DE LA EDICION ESPAÑOLA. Erich Kempka, el hombre que durante trece años cargados de historia manejó el volante del coche personal de Hitler, es un testigo realmente excepcional. Es también uno de los contados supervivientes del acto final de la tragedia del III Reich y asistió a la representación del mismo entre las ruinas humeantes de la Nueva Cancillería. Allí presenció, muy de cerca, y casi íntegramente, el fin de Hitler, es decir, un episodio que ya es puro recuerdo histórico y al que, sea cual sea el juicio que en definitiva puedan merecer sus protagonistas, no cabe negar un contenido de dramática grandeza. Si bien se mira, Hitler no podía caer vivo en manos de sus enemigos. En una ocasión, Mussolini dijo que él no estaba dispuesto a permitir que se le exhibiese dentro de una jaula, a dólar la entrada. Hitler pensaba lo mismo y obró en consecuencia, recordando sin duda que uno de los espectáculos más miserables que nos ofrece la Historia es el de Napoleón recluido en Santa Helena y sometido a las mezquindades rencorosas del mediocre Hudson Lowe. Como católicos, tenemos que condenar el suicidio y lo hacemos sin reservas. No obstante, hay que confesar que la muerte de Adolfo Hitler, entre los escombros del imperio por él creado, remata la tragedia de la Gran Alemania dentro de una línea del más depurado y riguroso clasicismo. Una tragedia que, por lo demás, se ajustó estrictamente a los cánones dramáticos, puesto que hubo en ella un héroe, una culpa y una catástrofe expiatoria. Pero, pese a su tema, el libro de Kempka carece de toda pretensión épica. Es lo que debe ser, de acuerdo con la personalidad de su autor – el libro de un hombre sencillo - que, por azar más que por la fuerza de su voluntad, participó en grandes acontecimientos, supo observarlos serenamente y, llegado el caso, estuvo a la altura de los mismos en actitud tan sobria como viril. Hijo de un minero, y mecánico él mismo de profesión, Kempka aparece en su libro como un testigo sin grandes complicaciones intelectuales y no trata de hacer literatura en ningún momento. Cuenta lo que vio dentro de su papel subalterno y las páginas por él escritas rebosan sencillez, y veracidad. Pero también late en ellas una de las más altas virtudes humanas: la lealtad. No intenta enjuiciar los actos del que fue su jefe y amigo ni toma posición ante lo que no ha visto. Rinde tributo al hombre, pero se abstiene de juzgar la figura histórica, pues, con una modestia que más de uno podría aprender de él, sabe que no es él el más indicado para hacerlo. Sabe, y si no lo sabe lo intuye, que los juicios de este calibre corresponden a la Historia; y ésta no los establece hasta que ha crecido la hierba sobre todos los actores y, después, procede haciendo sentar en el mismo banquillo a los «malos» y a los «buenos», a los vencidos y a los vencedores de la circunstancia enjuiciada. En todo caso, el libro de Kempka cumple un deber para con la posteridad. Relata hechos, a veces de escasa monta, pero que habrán de ser tenidos en cuenta al estudiar la personalidad del tan discutido Canciller del III Reich y las de algunos de sus seguidores y, sobre todo, contribuye a poner fin a la leyenda infundada de un Hitler fugitivo y errante. Decimos que contribuye y no que lo logre definitivamente, y no nos faltan razones para ello, porque los hombres de todos los tiempos suelen preferir la ficción a la realidad y más gustan de un falso Demetrio, vivo que de un Demetrio auténtico, pero muerto, enterrado. De todos modos, poco importa que se siga fantaseando. Lo cierto es que Erich Kempka es el único hombre hoy accesible que, refiriéndose a aquellos días trágicos de 1945, tiene derecho a decir: «Yo estuve allí y esto he visto». EL EDITOR. ...
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