Author : Degrelle Léon
Title : El infierno ruso
Year : 19**
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Dondequiera que fuese, el drama sería idénticamente atroz, de diciembre de 1941 a abril de 1942, sobre los 3.000 kilómetros de extensión del frente ruso, desde Petsamo al Mar de Azov. Nosotros, voluntarios extranjeros, perdidos como los alemanes en estas espantosas estepas, estábamos reducidos a los mismos extremos: morir de frío, morir de hambre, luchar en todo caso. Mis camaradas belgas y yo, nos batíamos entonces sobre las nieves del Donetz. Por doquier, el viento aullador. Por doquier, enemigos aulladores. Las posiciones eran horadadas en los propios bloques de hielo. Las órdenes eran formales: no retroceder. Los sufrimientos eran indecibles. Indescriptibles. Los caballos que nos traían huevos helados completamente grises y municiones tan frías que quemaban nuestros dedos, salpicaban la nieve de sangre que les caía de las narices gota a gota. Los heridos quedaban helados en cuanto caían. Los miembros afectados, se ponían, en dos minutos, lívidos como el pergamino. Nadie se hubiese atrevido a salir a la intemperie a orinar. A veces, el propio chorro se convertía en una cuerda amarilla y retorcida de hielo. Millares de soldados quedaron con los órganos sexuales o los anos atrofiados para siempre. Nuestra nariz, nuestras orejas, estaban escaroladas como gordos albaricoques, de los que salía un pus rojizo y viscoso. Era horrible, estremecedor. Solamente en nuestro sector de las crestas centrales del Donetz, más de 11.000 heridos perecieron en algunos meses en la miserable escuela donde, rodeados de nieve por todas partes, nieve que a veces alcanzaba hasta cuatro metros de altura, unos médicos militares, vacilantes de fatiga, amputaban centenares de pies y de brazos, recosían vientres estallados, contenidos en bloques de sangre y de excrementos helados, caparazones relucientes de materias rojizas y verdeantes, parecidas a plantas enredadas al ras de un acuario petrificado. La evacuación desde nuestros puestos de combate hasta esa clínica atroz, de aquellos heridos atacados desde todos los vientos, se hacía sobre carretillas de los labradores rusos. Los cuerpos estaban apenas protegidos por un poco de bálago recolectado en los tejados de las últimas izbás. El transporte duraba a veces varios días. Los muertos ya no se enterraban desde hacía mucho tiempo. Se les tapaba con nieve como se podía. Esperarían los deshielos de mayo para recibir sepultura. Una miseria desencadenada nos devoraba vivos. En nuestros uniformes mugrientos, aquellos piojos grises, de huevecillos brillantes como perlas, se habían encajado unos en otros como granos de maíz. Una mañana, ya exasperado, me desnudé a pesar del frío, sobre mi cuerpo mate ¡y había centenares de ellos! Por otra parte, los uniformes no eran ya más que harapos. Nuestra ropa interior se había vuelto negruzca, se iba deshilachando de semana en semana Concluía en vendajes de urgencia para los heridos. Había soldados que se volvían locos, y corrían gritando hacia adelante, en las nieves sin fin. A cada cuerpo a cuerpo de batallón, cuatro, cinco, seis hombres se escapaban así. La estepa los engullía en el acto. Nunca, creo, que en ninguna parte del mundo, tantos hombres sufrieron tanto. Pese a todo, lo resistieron. Una retirada general a través de aquellos interminables desiertos blancos y devorantes hubiera sido un suicidio. ...
Demolins Edmond - Saint Louis
Auteur : Demolins Edmond Ouvrage : Saint Louis Année : 19881 Lien de téléchargement :...